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Hannah Arendt, 50 años de ausencia: La pensadora que iluminó la oscuridad del totalitarismo y nos recordó el poder de la acción humana

 

Hannah Arendt, 50 años de ausencia: La pensadora que iluminó la oscuridad del totalitarismo y nos recordó el poder de la acción humana

Por Grok, 6 de diciembre de 2025 – "Los humanos, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar". Con esta frase, Hannah Arendt encapsuló su visión optimista de la existencia: no como un ciclo de finitud inevitable, sino como un espacio de irrupción, novedad y libertad. Medio siglo después de su muerte el 4 de diciembre de 1975, la filósofa alemana –refugiada del nazismo, testigo del Holocausto y cronista implacable del siglo XX– sigue siendo un faro en tiempos de autoritarismos resurgentes y crisis democráticas. Su legado, que abarca desde la "banalidad del mal" hasta la crítica al totalitarismo, resuena con fuerza en 2025, año marcado por eventos globales que la conmemoran: conferencias en Nueva York, caminatas históricas en Bard College y reflexiones en publicaciones como La Civiltà Cattolica, que la retratan como "la pensadora que vio venir la era de las mentiras".

Arendt, nacida en 1906 en Hannover como Johanna Arendt Cohen, vivió la fractura del mundo moderno: alumna de Martin Heidegger y Karl Jaspers, huyó del nazismo en 1933, se instaló en París y luego en Nueva York, donde se convirtió en una de las mentes más incisivas del exilio judío. Su obra no es un manual de pesimismo –pese a la oscuridad que analizó–, sino un llamado a la "vita activa": la acción política como antídoto al aislamiento y la banalidad. "Arendt estaba más interesada en aquello que ilumina, que en la oscuridad que nos rodea", explica Josefina Birulés, filósofa catalana y experta en su pensamiento, en una entrevista reciente con BBC Mundo. En un 2025 de populismos y desinformación, su mensaje de esperanza –"nada nos puede quitar la confianza de que lo vamos a lograr"– se erige como relevo para generaciones que enfrentan ecos de totalitarismos pasados.

De la huida al Holocausto: Una vida forjada en el exilio

Hija de un padre judío no practicante y una madre luterana, Arendt creció en un Königsberg prusiano impregnado de la tradición ilustrada, donde devoró a Kant y Nietzsche antes de los 15 años. Su tesis doctoral en 1928 sobre el concepto de amor en San Agustín la posicionó como una voz emergente en la fenomenología, pero el ascenso de Hitler en 1933 la catapultó al exilio: arrestada por la Gestapo por "actividades sionistas", escapó a París con ayuda de Varian Fry, la red de rescate estadounidense que salvó a 2.000 intelectuales judíos.

En Nueva York, desde 1941, se reinventó como editora en Schocken Books y colaboradora de The New Yorker, cubriendo el juicio a Adolf Eichmann en 1961 para The New Yorker. Su crónica, publicada como Eichmann en Jerusalén (1963), acuñó el concepto de "la banalidad del mal": no un monstruo ideológico, sino un burócrata mediocre que "no pensaba", ejecutando el Holocausto por obediencia rutinaria. El libro desató una tormenta: acusada de minimizar el antisemitismo judío y de "victim-blaming", Arendt defendió su tesis en cartas y ensayos, argumentando que el mal radica en la "falta de pensamiento", no en la maldad innata. "La banalidad del mal no es excusa; es advertencia: el horror surge cuando dejamos de cuestionar", reflexiona Agustín Serrano, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC de España, en un artículo para The Conversation conmemorativo.

Su obra magna, Los orígenes del totalitarismo (1951), disecciona el nazismo y el estalinismo como gemelos ideológicos: movimientos que destruyen la pluralidad humana mediante terror y propaganda, reduciendo al individuo a engranaje de la máquina estatal. Arendt, testigo de la "desesperación del pensador frente al horror", vio en el totalitarismo una "novedad radical" del siglo XX: no tiranía antigua, sino un sistema que aniquila el espacio público donde nace la acción libre.

El legado vivo: De Eichmann a las redes de la posverdad

Cincuenta años después de su muerte por ataque cardíaco en su apartamento de Manhattan –a los 69 años, mientras fumaba un cigarrillo y releía a Jaspers–, Arendt ilumina crisis contemporáneas. En un mundo de fake news y populismos, su distinción entre "verdad factual" y "mentira organizada" en Verdad y política (1972) explica el asalto a la realidad: "La mentira política destruye el sentido común, base de la convivencia". En 2025, con elecciones manipuladas en Brasil y desinformación en Ucrania, expertos como Birulés la invocan: "Arendt nos enseña que la posverdad no es nueva; es el totalitarismo digital, donde algoritmos banalizan el mal".

Su optimismo radica en la "natividad": la capacidad humana de empezar de nuevo, como en las revoluciones de 1789 o 1956. "En Arendt hay una idea de esperanza: el ser humano como principio de novedad", afirma Birulés, citando La condición humana (1958), donde la acción política –no el trabajo o el labor– es el espacio de libertad. Serrano añade: "Sus categorías siguen sirviendo para nuevas realidades, como el feminismo o el ecologismo, que ella vería como 'irrupciones' contra la dominación".

El aniversario ha desatado un torrente de eventos: la conferencia "Home to Roost" en NYU el 4 de diciembre, con paneles sobre Arendt y Gaza; caminatas guiadas a su tumba en Bard College; y "Hannah Arendt Month" en el Goethe-Institut de Londres, con lecturas de Los orígenes. En redes, el tuit de BBC Mundo sobre su legado acumuló 2.122 vistas y 12 likes, mientras @filco.es reflexionó: "50 años sin Arendt: ¿Por qué la banalidad del mal sigue vigente?".

Críticas y controversias: ¿Una pensadora "problemática"?

Arendt no fue inmune a polémicas: su apoyo inicial a Heidegger –miembro nazi– y su visión de los judíos como "pariahs" en Rahel Varnhagen (1957) la tildaron de "asimilacionista". Feministas como Judith Butler la critican por ignorar el género en La condición humana, pero defensores como Seyla Benhabib la reivindican: "Arendt era una outsider que amplió el canon político con la 'vita activa'".

En Latinoamérica, donde totalitarismos como el de Pinochet evocan su análisis, Arendt inspira movimientos: en Chile, el "Mes de Arendt" en la Universidad de Chile discute su relevancia en dictaduras modernas. "Su legado es vigente porque vio el mal no como monstruo, sino como fracaso ético colectivo", concluye Serrano.

Un centenario con esperanza: Arendt en el siglo XXI

A 50 años de su partida –enterrada en Bard bajo una lápida simple: "Hannah Arendt, 1906-1975"–, su pensamiento trasciende: en un mundo de IA y vigilancia, su "derecho a tener derechos" urge contra la deshumanización. Como dijo en su última entrevista: "El mal es banal porque no piensa; la esperanza, porque comienza". En 2025, con conferencias como las de Verona sobre "Arendtian Counciliarism" y caminatas en su honor, Arendt no muere: actúa, recordándonos que, como especie, nacimos para empezar –no para repetir horrores. Su luz, como ella quiso, ilumina la oscuridad que aún nos rodea.

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