WASHINGTON.- Hay tantas cosas que decir tras el bombardeo estadounidense de tres instalaciones nucleares clave en Irán que es fácil perderse en los detalles conmovedores. Así que, por ahora, permítanme dar un paso atrás y explorar las fuerzas globales, regionales y locales que están dando forma a esta historia. ¿Qué está ocurriendo realmente aquí?
Es un drama muy, muy grande, y no está limitado a Medio Oriente.
A mi modo de ver, la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin en 2022, con el único objetivo de borrar su democracia del mapa y absorberla dentro de Rusia, y los ataques a Israel en 2023 por parte de Hamas y los aliados iraníes en Líbano, Yemen e Irak, fueron manifestaciones de una lucha global entre las fuerzas de inclusión y las fuerzas de resistencia.
Es una lucha entre países y líderes que ven al mundo y a sus naciones beneficiarse de más comercio, más cooperación frente a amenazas globales y una gobernanza decente —aunque no siempre democrática—, frente a regímenes cuyos líderes prosperan resistiendo esas tendencias, ya que el conflicto les permite mantener a sus pueblos oprimidos, a sus ejércitos fuertes y el robo de sus tesoros nacionales sin dificultad.
Las fuerzas de la inclusión habían estado ganando fuerza de forma constante. Ucrania, en 2022, estaba cada vez más cerca de unirse a la Unión Europea. Esto habría sido la mayor expansión de una Europa libre y unificada desde la caída del Muro de Berlín en 1989, porque habría sumado al bloque occidental un poder agrícola, tecnológico y militar enorme, dejando a Rusia más aislada -y ante su propia población, más fuera de lugar- que nunca.
Al mismo tiempo, la administración Biden estaba avanzando rápidamente en un acuerdo para que Estados Unidos forjara una alianza de seguridad con Arabia Saudita. A cambio, Arabia Saudita normalizaría relaciones con Israel, e Israel comenzaría negociaciones con los palestinos sobre una posible condición de Estado. Esto habría sido la mayor expansión de un Medio Oriente integrado desde el tratado de paz de Camp David entre Egipto e Israel en 1979.
En resumen, Ucrania parecía estar a punto de unirse a Occidente, e Israel a punto de unirse al Este.
¿Entonces qué pasó? Putin invadió Ucrania para detener el primer movimiento, y Hamas y otros aliados de Irán atacaron a Israel para detener el segundo.
Por eso, mi primera pregunta tras el ataque del domingo por la mañana es: ¿Entiende el presidente Trump de qué lado de esta lucha global está Putin? Irán y Rusia son aliados cercanos por una razón. Irán ha estado proporcionando a Rusia los drones que ha usado para matar de forma más efectiva a soldados y civiles ucranianos. No le pido a Trump que lance una bomba sobre Rusia, pero sí le pido que proporcione a Ucrania el apoyo militar, económico y diplomático necesario para resistir a Rusia, con la misma intensidad con la que Estados Unidos está ayudando a Israel a derrotar a Hamas e Irán.
Es toda la misma guerra. Putin y los ayatollahs quieren exactamente el mismo tipo de mundo. Un mundo seguro para la autocracia, seguro para la teocracia, seguro para su corrupción; un mundo libre de los vientos de las libertades personales, del estado de derecho, de una prensa libre; y un mundo seguro para el imperialismo tanto ruso como iraní contra vecinos de mentalidad independiente.
China siempre ha tenido un pie en cada campo. Su economía depende de un mundo de inclusión sano y en crecimiento, pero su liderazgo político también ha mantenido lazos fuertes con el mundo de la resistencia. Así que Pekín juega en ambas ligas —compra petróleo a Irán pero siempre preocupado de que, si Irán obtiene una bomba nuclear, algún día pudiera entregarle una copia a separatistas musulmanes de Xinjiang.
Dicho esto, las compras de petróleo de China a Irán son una parte crucial de esta historia. Esas compras son la mayor fuente de ingresos externos de Teherán, lo que le ha permitido financiar a Hamas, Hezbollah y (hasta hace poco) Siria. Como informó mi colega Keith Bradsher desde Shanghái, las ventas de petróleo a China representan hoy el 6% de la economía iraní y equivalen a aproximadamente la mitad del gasto gubernamental.
Ahora miremos esta lucha desde un ángulo puramente de Medio Oriente. Aquí tengo una perspectiva muy personal. Por pura coincidencia, comencé mi carrera como joven corresponsal extranjero para la agencia UPI en Beirut en 1979.
Estos fueron los cuatro grandes acontecimientos que cubrí ese primer año, en mi máquina de escribir manual: la Revolución Islámica en Irán que derrocó al Sha, la toma de la Gran Mezquita de La Meca por yihadistas puritanos que intentaban derrocar a la familia gobernante saudita, la firma del tratado de paz de Camp David entre Israel y Egipto y, menos conocido pero no menos importante, la inauguración del puerto de Jebel Ali en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, que se convertiría en uno de los más grandes del mundo. Emergió como el centro global que conectaría al mundo árabe oriental -a través del comercio, turismo, servicios, transporte, inversiones y aerolíneas de primer nivel- con casi todos los rincones del planeta. Abrió una puerta sumamente significativa a través de la cual la globalización del mundo árabe despegó.
Y así comenzó una lucha regional titánica entre las fuerzas de la inclusión y las de la resistencia en Medio Oriente. De un lado, los estados dispuestos a aceptar a Israel, siempre que hiciera avances con los palestinos, y que también buscaban integrar más íntimamente la región con Occidente y Oriente. Del otro lado, las fuerzas de la resistencia lideradas por Irán, los Hermanos Musulmanes y diversos movimientos yihadistas suníes puritanos que originalmente surgieron en la Arabia Saudita posterior a 1979 y luego extendieron su influencia a mezquitas por toda la región.
Todos ellos buscaban expulsar las influencias occidentales de la región, eliminar a Israel y derrocar a los gobiernos proestadounidenses como los de Jordania, Egipto y la familia gobernante saudita.